En el mundo corporativo, pocas fuerzas son tan poderosas como el ego. A lo largo de la historia, ha redefinido industrias, roto alianzas y desatado guerras silenciosas entre gigantes. En 2008, República Dominicana vivió uno de esos choques entre titanes, un enfrentamiento que nació de un detalle inesperado: una simple publicación en un medio local.
En ese entonces, yo era el encargado de tecnología de Media Express, una de las tres empresas dedicadas a medir inversión publicitaria en radio, prensa y televisión. Éramos la más joven del mercado, pero contábamos con un aliado clave: AOR Dominicana, un referente de la industria que nos permitía innovar con libertad.
Dentro de ese impulso innovador desarrollamos un dashboard basado en widgets de Google que mostraba, en tiempo real, noticias relevantes del país. Era una propuesta simple, pero disruptiva: por primera vez, un directivo podía ver un flujo dinámico de información sobre su industria y su reputación pública.
Uno de los primeros ejecutivos que quedó fascinado con la herramienta fue el CEO de Claro Dominicana, Oscar Peña. Observaba las noticias desplegarse casi al instante y comprendió de inmediato el poder de ese insumo para la estrategia corporativa.
Pero entonces ocurrió el detonante. El editorial del diario Diario Libre publicó una crítica dirigida a un “famoso CEO” del país. Aunque el artículo no mencionaba nombres, el mensaje fue suficientemente claro para Peña, quien lo consideró un ataque directo.
Molesto con la publicación, el CEO solicitó inmediatamente un reporte de inversión publicitaria. Los números fueron contundentes: Claro era uno de los principales anunciantes del medio. Su reacción fue igual de contundente. Ordenó reducir en un 40% la inversión publicitaria asignada a Diario Libre y redistribuirla entre los medios competidores.
El golpe financiero se sintió rápido. Diario Libre, también cliente nuestro, solicitó su propio reporte para validar lo que estaba ocurriendo. Al ver la disminución agresiva en el flujo de inversión proveniente de Claro, su equipo comercial reaccionó con rapidez y salió a las calles. En pocas semanas lograron llenar los espacios vacíos con nuevos anunciantes, mitigando la pérdida y fortaleciendo su cartera.
Todo este conflicto corporativo, una especie de guerra silenciosa entre dos gigantes, se originó por una herramienta creada por una pequeña empresa que apostó por innovar. Media Express, gracias a ese producto fresco, ganó relevancia, credibilidad y presencia en un mercado dominado por actores mucho mayores.
La historia demuestra que la innovación, incluso desde empresas pequeñas, puede alterar dinámicas completas de un sector. Sin embargo, también revela una realidad incómoda de muchas organizaciones dominicanas: la timidez para invertir en investigación, desarrollo y mejoras de producto. En lugar de crear soluciones diferenciadas, tienden a depender de tecnologías enlatadas que limitan su capacidad de competir con verdadera disrupción.
Explorar, innovar y arriesgarse no solo abre puertas. En ocasiones, puede cambiar por completo las reglas del juego.
